Buenos Aires: Un tango de Corrientes a Caminito

Buenos Aires: Un tango de Corrientes a Caminito (18, 19, 20, 21, 22, 23 de septiembre de 2013)

Buenos Aires es un tango de Corrientes a Caminito. En esa lucha cuerpo a cuerpo con la sensualidad del amor, la ciudad se hace cosmopolita, espejo de raíces culturales, y en las márgenes inseguras reflejadas en el Río de La Plata es urbe de identidades y búsqueda de un perfil definitivo que no acaba de encontrar. Es paso de baile y aire en el equilibrio precario de las edificaciones dispares de sus barrios, los más de 40 que componen el mosaico diverso de la ciudad con sus peculiaridades.

Buenos Aires es la ciudadanía; gentes de buen corazón, vehementes y enamoradas de su ciudad y su patria, honestas y hospitalarias. Cada persona es un reflejo de su ciudad y ésta acaba siendo reflejo de su alma. Las arterias principales Avenida 9 de Julio, Rivadavia y Avenida de Mayo, que une en sus extremos la Casa Rosada y el Congreso, se arropan de calles con sabor como Florida, bulliciosa y comercial, animada de espectáculos callejeros y bandas de música, exhibiciones de tangos o milongas y toda suerte de ofertas de cambio de moneda y trapicheos. Buenas librerías y centros comerciales, y aquí y allá, descollando testimonios de la historia y el arte en la catedral neoclásica a la que dan acceso una serie de columnas coronadas por un inmenso frontón al modo de los templos griegos; el Cabildo y, cerca, la Manzana de las Luces en lo que son los restos de los primeros asientos coloniales españoles. En los alrededores de la Casa Rosada, y en el primer paseo por la ciudad, la sorpresa surge ante el establecimiento de el Museo del Filete (ese arte de elaborar carteles publicitarios), bar, restaurante y academia de tango en la calle Defensa que arranca de un lateral de la Plaza de Mayo. Un buen rato allí, delante de un café con leche acompañado de la bollería variada de la casa, ver bailar tango o la ocasión de apreciar el arte de los maestros fileteadores trabajando en directo o en las obras que cuelgan de las paredes del local es un regalo para el alma.

En el recorrido de la Avenida de Mayo se acumulan protestas ciudadanas y locales con encanto como el café Tortoni en el número 829, donde se reunía la intelectualidad porteña, escritores y poetas, entre los cuales se contaba Alfonsina Storni. Las protestas se extienden a las calles aledañas, como la de los estudiantes que ocupaban el Colegio Nacional o la llegada masiva de de camioneros de las provincias llenando las calles a golpe de tambor. Conversar unos minutos con los jóvenes estudiantes de entre 14 y 18 años, escuchar sus reivindicaciones, seguir sus argumentaciones, palpar la pasión de sus discursos, es un ejercicio de renovación espiritual. Todo vuelve a parecer posible y la utopía, una vez más, alumbra el futuro.

Otro mundo bien distinto, y a la vez de la misma encarnadura, es el barrio de  Boca. El colorido de sus casas arruinadas, la inmensa mole del estadio de fútbol y la marginalidad amenazante de la pobreza que rodea el recorrido pintoresco y turístico de la calle Caminito, conforman el alma de este barrio. Calle de tango, tango en la calle; en los balcones, figurones de personajes célebres que van, sin transición, del Ché Guevara a Maradona. Calle de impresiones y dura nostalgia.

Diferente, dentro de los parámetros del estilo general de Buenos Aires, es el barrio de San Telmo, poseído a lo largo de su calle de Defensa por un inmenso rastro al que dan vida los artistas callejeros en forma de teatro de marionetas o interpretando tangos, grupos de música, cantautores cantando de todo, pintores o parejas de baile haciendo su exhibición del baile por antonomasia, el tango. El tango lo es todo. El suelo adoquinado de sus calles, la bella precariedad de sus edificios, la oferta gastronómica de restaurantes como Desnivel o el encanto del Café Dorrego, que fue antaño antiguo almacén y tienda de ultramarinos, con su mobiliario decimonónico, hacen que te sientas transportado a otra época. Mercados que fueron plazas de abastos y que apenas conservan un mínimo espacio para la oferta de frutas y verduras entre los miles de objetos antiguos amontonados por casi todos sus puestos de venta, son otras de las singularidades de un barrio con vocación de renovación y supervivencia sin traicionar su pasado.

Pero el choque brutal lo constituye Puerto Madero. Edificios modernos, rascacielos de acero y cristal, puente de Calatrava inspirado, como no podía ser de otro modo, en una pareja bailando el tango, la UCA (Universidad Católica Argentina) establecida en los edificios de los antiguos almacenes del puerto, y al otro lado la Costanera Sur, con grandes jardines y hermosos lagos artificiales, componen la paradoja de Buenos Aires.

Una ciudad tan inmensa como es esta ciudad no puede ser retratada en un articulito como éste; una ciudad que te alcanza aunque escapes de ella en el renqueante tren abarrotado de gente y vendedores ambulantes que llega hasta El Tigre, a escasos treinta kilómetros y la hora y media larga de viaje. Puedes pasar el día navegando por entre los canales del Delta que forma en su desembocadura el río Paraná disfrutando con la vista de los palafitos y casas de sus márgenes o dando un paseo por alguna de sus islas, como la de Tres Bocas, para terminar almorzando en el Restaurante Riviera, a pie del embarcadero. Otro mundo dentro de este mundo porteño.

Pero si la pobreza es colorista negocio turístico en La Boca o en el espacio del barrio acotado para el turismo, se hace realidad descarnada en otros enclaves; los colores de las casas no esconden la precariedad del equilibrio en el que bailan un tango imposible, apiñadas en torno a escombros, rastrillos o mercadillos nada glamurosos y callejuelas estrechas, oscuras y húmedas, que parecen ahogarse en la maraña de los cableados que las recorren enloquecidos de uno a otro lado. Son frontera de una vida menos bulliciosa que la de La Boca y más degradante, en la que sus habitantes se debaten entre la dignidad y la desesperación. Hablo, por ejemplo, del barrio acostado a la parte trasera de la Estación Central de Autobuses, de donde proceden no pocos asaltos y robos y que recibe el nombre popular de Villa Miseria.

Debo insistir, empero, que en el largo baile que va de Corrientes a Caminito, lo mencionado en el párrafo precedente sólo es un paso amargo más de este tango que es Buenos Aires y que es la vida. Por eso, tal vez, terminamos admirando el espectáculo Taco, punta y… traspié, de Juan Pablo Ledo en el Teatro Alvear, 1659 de la Avenida Corrientes.

La Avenida Corrientes es reflejo del alma de Buenos Aires en todo cuanto hemos ido mencionando. Disparidad de estilos urbanísticos; lo actual tragándose a lo anterior, el buen gusto compartiendo lugar con los mayores desaciertos, el bullicio de teatros, cines, cafés con encanto de amplias estancias adornados de mobiliario de madera y aromas nobles, junto a puestos de comida rápida, cartelones tapando fachadas y la sorpresa e incongruencia del número 348 del famoso tango A media luz, convertido en garaje con plazas de aparcamiento.

Un olor a asado recorre las calles y plazas de la ciudad en numerosos lugares, sobre todo al atardecer. Los porteños salen a las calles de la primavera que, en su primer día, comenzó fría y lluviosa. No importa; mañana saldrá el sol. Sólo se trata de otro paso de baile; uno más de este tango que enamora  desde Corrientes a Caminito. Sólo es, ni más ni menos,  la hermosa ciudad de Buenos Aires. En su duda reflexiva. En ese encanto transido de ternura mirando al Océano Atlántico por el hemisferio sur.

Julio González Alonso

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