Castril (Granada)

CASTRIL (Granada)
febrero de 2019

La Sierra de Cazorla se presenta ante nosotros como una alta muralla inexpugnable por su cara sur. La carretera se dirige directamente a su frente para luego girar y, sorprendentemente, adentrarse parcialmente en ella. Es entonces, tras varios kilómetros bastante tortuosos, que descubrimos Castril, colgado literalmente de un enorme picacho coronado por los restos de lo que fue una alcazaba mozárabe parcialmente reconstruida y con un Sagrado Corazón de tamaño monumental dominando la parte más elevada.

El río Castril, represado valle arriba a unos dos kilómetros, rodea el pueblo y el farallón del castillo excavando una profunda hoz, no demasiado larga pero sí de indiscutible belleza. Al inicio de la senda que recorre la garganta del Castril  encontramos la llamada “arboleda perdida” de José Saramago, vinculado a Castril por razones sentimentales y donde pudo disfrutar estos paisajes. Un letrero recoge un texto del escritor portugués donde se habla con ternura y realismo de su abuela. El paseo es ameno y sereno, acompañado del rumor del agua que corre, a veces saltando entre las rocas y otras con suavidad y silencio formando pozas. A un lado del cauce quedan los restos de una estación hidroeléctrica. Una pasarela colgante de madera, sujeta a la pared de la garganta, facilita el paso que cruza, en un punto, de un lado al otro del río mediante un puente colgante. Todo ello recuerda, en cierto modo y salvando las proporciones, al famoso “Caminito Del Rey” de Málaga.

A la salida de las hoces nos encontramos con una casa rural; su emplazamiento, pegada a la ladera de la montaña en la orilla del río y rodeada de olivos, resulta sugerente. Por detrás de la casa rural se inicia el ascenso al pueblo por un camino estrecho y escalonado a tramos, siempre rodeado de los olivos que se extienden hasta la vega. Al final, alcanzamos el extremo del pueblo, en la parte en la que parece que toda la montaña va a caer sobre sus tejados, y seguimos la calle que conduce a la iglesia.

Pueblo con encanto. Rincones para fotografiar. En la parte alta se conforma un barrio de casas de dos y tres alturas bien construidas, con el buen gusto de una burguesía asentada en torno a la plaza del Ayuntamiento. El pueblo se continúa ladera abajo hacia el valle del río Castril formando un barrio más humilde, de callejuelas estrechas y casas de labradores de planta baja o de un piso, blancas y de trazado sencillo en sus fachadas. Más rincones para fotografiar. O la oportunidad de charlar un rato con una paisana sentada en su silla de madera y mimbre en mitad de la estrecha calle buscando el sol de la mañana. Nos cuenta cómo era el barrio cuando hace ya muchos años lo llenaban familias con varios hijos cada una. Ahora no se ve jugar un solo niño por la calle, nos dice con tristeza. La soledad mueve el aire de las esquinas y el silencio se esconde tras los portalones cerrados.

El acceso a la alcazaba está cerrado. La subida hay que hacerla desde el punto de información y turismo, al lado de la iglesia. Una jovencita nos acompaña y va informando de las curiosidades, los vidrios de colores que adornan parte del patio por el que tomamos el camino de ascenso al castillo, de la historia del castillo mozárabe y la del pueblo, apegado a la roca de la fortaleza. Le gusta contar las cosas con cierto orgullo en la voz y nos deja a los pies del Sagrado Corazón erigido en lo más alto del castillo para disfrutar de las vistas que, desde la cumbre, parece hacernos volar para contemplar a vista de pájaro los tejados y calles del pueblo, las huertas, la vega, los olivos, el río Castril y hasta la presa que lo retiene un poco más allá. Al fondo, las cumbres de Sierra Nevada. Y el descenso, tranquilo.

Nos alojamos en el Hostal Restaurante Las Tres Hermanas, a la orilla de la carretera (Avenida del Portillo, 1). Amabilidad, trato agradable, y una excelente ubicación, pudiendo ver desde las ventanas de la habitación 206 la imponente peña del castillo con su Sagrado Corazón y el valle y curso del río Castril. Desde el Hostal, un agradable y sencillo paseo nos acerca hasta la presa del embalse pasando por un pequeño túnel. Puesto que la zona es sísmicamente inestable, el cierre del pantano se hizo con la fábrica de grandes bloques de piedra rellenando los huecos con tierra. El muro de contención se desliza en una caída con bastante inclinación recubierta en su totalidad de piedras menudas y regulares.

El restaurante del Hostal cumple sobradamente con todas las expectativas; platos tradicionales, de la tierra, cocinados con gusto y bien presentados. La relación entre la calidad del servicio y el precio puede decirse que es muy buena. Una habitación doble a 45 euros la noche, dos comidas a 10 euros cada una y 7,80 euros por dos desayunos, hicieron un total de 72,80 euros. Un precio que vale la pena para disfrutar de un pueblo como Castril y su entorno, recuerdos de José Saramago incluidos.

González Alonso

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