Menorca, la cultura de la piedra

Menorca se ofrece al visitante con todo el atractivo de sus innumerables y bien cuidadas playas y calas en la larga cintura de agua del mar de la isla. Como un anillo, el camí de cavalls (camino de caballos) que circunda Menorca, nos permite pasearla en su totalidad alcanzando todos los parajes costeros de relevancia; este camí de cavalls fue concebido como medida defensiva en el siglo XVIII y permitía la vigilancia contínua de la isla y el desplazamiento de tropas para su defensa.

Tanto de norte a sur como de este a oeste encontramos emplazamientos como Es Castell, antigua Villa Carlos, y su encantador puerto, la singular urbanización de Binibèquer Vell, playa de Binigaus, Cala Escorxada, Tebalúger, Cala Mitjana, Cala Galdana y su urbanización, Cala en Turqueta, una de las preferidas del público en general y de las primeras en llenarse, Cala des Talaier, Son Saura, paraje de Calespiques, Punta Nati con su faro, Cala Morell, playa de Binimelá y Cala Pregonda, el Cap de Cavallería, Fornells, Cala de sa Torreta, la Platja des Grau o el mismo pueblo de Grau con su puerto de pescadores y una urbanización discreta y respetuosa con el medio. Las ciudades de Maó (Mahón) y Ciutadella (Ciudadela), en los extremos norte y sur de la isla y unidas por la principal vía de comunicación a lo largo de más de cuarenta y cinco kilómetros, ofrecen en sus contrastes históricos, arquitectura y actividad económica, junto a las características comunes, dos ocasiones estupendas de disfrutar con su visita.

Naveta de Rafa Rubí-Menorca Pero Menorca (la «isla menor«, pero no la menor de las islas de Baleares) está impregnada de otra cultura omnipresente en la vida de los isleños, que es la cultura de la piedra. Desde los monumentos megalíticos en forma de talayots (atalayas de carácter defensivo y también empleadas para comunicarse a través de señales de una a otra), navetas (enterramientos pétreos en forma de nave invertida) o taulas (mesas y dólmenes) hasta la construcción de kilómetros y kilómetros de muros o paredes secas que encajan carreteras y dividen montes y campos o las construcciones defensivas más modernas y las de usos agropecuarios en las parcelas, todo es piedra y la expresión de su vitalidad y fuerza, con vocación de durar.

Menorca.-Por el camí de cavalls desde Binigaus En el paisaje, variado y muy contrastado en distintos lugares de la isla, dominan las poblaciones de acebuches, los pinos, las higueras, las palmeras y en entornos como los de Punta Nati a Calespiques o Cala Morell se pueden recolectar alcaparras o pueden encontrarse las plantas de los ajos creciendo de forma natural en las orillas de los caminos.

A la singularidad de la belleza natural de Menorca, Reserva de la Biosfera en su totalidad, hay que añadir el interés de sus manifestaciones culturales y el atractivo de su oferta gastronómica. En cuanto al primero, se puede subrayar el lugar que el caballo ocupa en las fiestas y celebraciones, con exhibiciones espectaculares haciendo pasar los caballos por entre la multitud apiñada en su torno, levantándose de manos y haciendo giros sobre las patas traseras. Tal vez este culto y reconocimiento del caballo arranque del protagonismo habido en los servicios de defensa de la isla, cuando fue construído el famoso camí de cavalls, ahora transitable y habilitado para uso deportivo y turístico. Otra manifestación cultural que pudimos disfrutar en Es Mercadal fue la celebración del mercado tradicional y artesano y de las canciones y el baile. Un grupo músico-vocal de diez personas desgranaron melodías y canciones con naturalidad, humor y gran maestría, poniendo en el aire la memoria de la lengua nativa y las costumbres, al que añadían el encanto de la danza un grupo de jóvenes bailarines, cinco mujeres, un hombre y una niña, con ritmos como los fandangos menorquines, cuya ejecución recordaba los aires alegres de la jota, la sensualidad del flamenco en los movimientos abiertos de brazos y manos o la seriedad de la sardana en sus pasos armoniosos.

Menorca.- Fritada de pescado Del segundo aspecto, la gastronomía, se puede decir que en cualquier lugar puede accederse a una buena oferta; restaurantes como El Balear en Ciudadela, con sus arroces caldosos y excelente carta de pescados y mariscos de la isla; el 971-Nou-Set,Un, también en la Plaza del Borne de Ciudadela, más económico pero sin descuidar en nada ni la elaboración ni la presentación de sus platos; o el Restaurante Pigalle en Mahón, de contundente y bien ejecutada cocina casera, económico y familiar, pasando por el Restaurante Tamarindo en el enclave de Grau, a la orilla del mar, donde el atún rojo o la fritada de pescado son opciones a tener en cuenta; también el Restaurante emplazado en los alrededores de la playa de Binimelá, con unas vistas estupendas o El Molí del Racó en Es Mercadal, ya en el interior y en el que no importa repetir experiencia con el conejo al ali-oli, el pollo con centollo o los famosos caracoles con centollo. El restaurante está emplazado en un antiguo molino de viento. La visita a Es Mercadal puede aprovecharse para subir a El Toro a tomarse un café y disfrutar de la vista completa de la isla desde esta altura dominada por una fortaleza, lo que parece fue monasterio y una iglesia, con restaurante y servicios en sus aledaños.

Disfrutar elaborando en casa, u optar por el restaurante, platos a base de pescado como el famoso gallo de S. Pedro, el chicharro, el cabracho o el magnífico atún rojo, o arroces caldosos, de marisco, paellas, platos como la esqueixada, la fritada de pescados, los caracoles o deleitarse con los quesos menorquines, la sobrasada, acompañarse de un buen vino isleño y paladear los amargos, dulces a base de almendras para terminar con un buen sorbete de pomada (granizado de limón con ginebra), son opciones siempre magníficas para hacer grata la estancia en la isla entre paseos y baños por las calas, visitas a las construcciones megalíticas, entrando en los museos o asistiendo a la oferta musical de los conciertos. Y junto con todo ello, dejarse empapar de la luz del mediterráneo, tan hecha de sol y aire como de las aguas que se abren en abanicos de colores del azul más intenso al verde turquesa. Luz de amanecer, luz de mediodía, de tarde y luz de la noche que nos lleva a lo profundo de un cielo lleno de estrellas. También el agua, consustancial a toda la isla, que se arremolina en playas, calas y acantilados, que nace de los pozos o que se deja caer del cielo en lluvias y tormentas. O el aire, brisa muchas veces, a veces viento cimbreando la flexible cintura de las palmeras, rugiendo por entre el follaje y las ramas de los acebuches, peinando los matojos del litoral.

Contarlo es una cosa; vivirlo es otra bien distinta. Cada visitante, seguro, se llevará una historia de Menorca que le acompañará siempre.

González Alonso

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