Badajoz, la ciudad
En las jornadas del 9 al 15 de septiembre de 2022
Si de buena mañana, limpia y despejada de primeros de septiembre, arrancas desde el norte de España y, desde el País Vasco, decides tomar camino del sur pasando por Burgos y Valladolid para seguir por la Vía de la Plata a lo largo del antiguo territorio del viejo Reino de León, la sorpresa paisajística está asegurada. Nada se corresponde con los viejos y arraigados tópicos geográficos y humanos. Ni Castilla es una llanura poco menos que arrasada, ni las tierras de León languidecen entre cerros y ríos escasos, ni –por supuesto- Extremadura es un erial de pueblos arruinados y gentes secas. Es, más bien, todo lo contrario. Los extremos sólo pueden encontrarse en la belleza y diversidad que se nos regala continuamente en cada kilómetro recorrido. Si a todo ello le vamos añadiendo el pasado histórico y el sedimento cultural acumulado tras siglos de actividad humana, la experiencia no puede resultar más enriquecedora.
Con el objetivo puesto en la ciudad de Badajoz, se impone una pequeña parada para estirar las piernas. Saliéndose un poco de la carretera nos acercaremos al embalse de Santa Teresa. Estamos en tierras de Salamanca. A resguardo de la sombras de las encinas, bajo la estatua de la santa de origen judío y apellido leonés Sánchez de Cepeda Dávila y Ahumada, nacida en Alba de Tormes (Salamanca) y criada en Ávila, se extiende la vista por las aguas embalsadas del Tormes y los campos verdes de las dehesas con las montañas adornando y hermoseando sus límites.
Continuando el viaje y acercándonos, sin entrar, a la monumental ciudad de Cáceres, la rodearemos y –dejando a un lado la carretera a la capital extremeña de Mérida- tomaremos la nacional 523 por un terreno moderadamente montañoso atravesando un territorio cultivado de campos y dehesas en las que las recias y vetustas encinas se codean con rodales de alcornocales y fincas de olivos. El paisaje, ameno y variado, se pinta de frescos verdes, tonos rojizos del terreno y amarillos tostados. El azul del cielo no quiere ser menos en este espectáculo y pone en su espacio el siempre mágico y cambiante dibujo de unas nubes que se acumulan y tropiezan entre sí empujadas por el viento.
Y, en mitad de la tarde, Badajoz se adivina a la orilla del río Guadiana. Se hace notar la temperatura en la ciudad vacía de transeúntes. Habrá que esperar unas horas para adentrarse por sus parques, plazas y calles, cuando el calor todavía de verano empieza a ceder y facilitarnos el paseo y descubrimiento de los rincones de esta hermosa ciudad fronteriza.
¿Qué ver en Badajoz? Desde luego, lo más interesante, como en toda ciudad antigua, es su casco histórico. Pero no debemos dejar a un lado las riberas del Guadiana y los puentes que lo atraviesan. En sus aguas aquietadas crecen y se multiplican los nenúfares y las orillas de inundación están bien cuidadas y ajardinadas, con espacios para el ocio, el paseo y el deporte. Algunas terrazas, con su música estridente, se extienden por la margen izquierda, para recreo de la ciudadanía que esparce sus horas de asueto al atardecer y la noche disfrutando estos espacios refrescados por el río.
Frente al caudaloso Guadiana, la ciudad se levanta amurallada y la Puerta de Palma, bien conservada y restaurada, frente al puente peatonal del mismo nombre, nos ofrece su entrada magnífica.
Pero el paseo, desde la parte más elevada de Badajoz ocupada por el antiguo recinto amurallado de la alcazaba, es un entretenido contemplar calles, plazas y edificios singulares que se van dejando caer suavemente hasta los límites del río.
La alcazaba está convertida –con buen criterio, creo entender- en un espacio público que acoge una parte arbolada practicable también como aparcamiento, la Universidad y el Museo Arqueológico en el Palacio de los Condes de Roca (S. XVI). Puede recorrerse el recinto amurallado por su adarve y apreciar desde su privilegiada altura la belleza de la ciudad y la majestuosidad del Guadiana y sus puentes.
Adosada a la muralla, la Plaza Alta es un espectáculo arquitectónico donde se suceden distintas clases de arcos porticados, el paso por los más grandes de sus extremos, uno de ellos carpanel, las salidas a las callejuelas que nos adentran en la ciudad y, sobre todo, las dos fachadas esgrafiadas con formas geométricas en rojo, negro y blanco. Acogido a la misma plaza encontramos el convento de las Madres Adoratrices, en un sencillo estilo neogótico de principios de siglo XX. La que fue muchas veces muchas cosas distintas, incluida la de ser mercado cubierto, es hoy día el centro de la actividad social de Badajoz –una vez despejada y retirada la estructura cubierta del mercado- donde se concentra la ciudadanía por la noche para cenar o tomar alguna bebida, charlar, reunirse, distraer las preocupaciones y preparar el sueño, o el comienzo de una noche más larga, en las horas menos calurosas, e incluso frescas, del día.
Pero, por no extendernos más, mencionaremos otros puntos interesantes que cada cual descubrirá a su manera y en el orden que le presente la ocasión. La diversidad se impone. A fin de cuentas estamos pisando el suelo de una ciudad de origen romano, visitada por griegos y fenicios, y fundada en la Alta Edad Media (año de 875) por el muladí emeritense Ibn Marwan, conquistada por el rey Alfonso IX de León (1230) y que con el emperador Felipe II fue sede temporal de la Corte. La etimología de Badajoz tal vez sea debida y aluda a su origen romano y la denominación de Vadum Clausum (Vado cerrado) evolucionando a través de los siglos hacia la forma actual.
Hemos mencionado la Alcazaba árabe, sus murallas, excavaciones, Universidad y Museo Arqueológico, sobre el cerro de La Muela. Destaca en este conjunto la conocida como Torre de la Atalaya que, al parecer, resultó ser el precedente de la sevillana Torre del Oro.
En la zona centro encontramos el Museo de la Ciudad ubicado en la Plaza Santa María. En un costado, sobre la fachada blanca del inmueble destaca el dibujo de una mujer y una leyenda que reza: “Esta calle tiene nombre de mujer”. Es la calle Carmen, corta, que da a la encrucijada de otras dos, próximas a la Plaza Alta. En esta confluencia de las tres calles se ha abierto una terraza triangular frente al bar llamado “El Silencio”. Nos tropezaremos también, y nos sentiremos obligados a detenernos por la belleza del encuentro, con la Ermita de la Soledad y el edificio en ladrillo rojo, abundante ornamentación y rematado con una esbelta torre cuadrangular que llaman La Giraldilla. Su nombre lo explica todo. El origen de la inspiración que le da nombre a esta construcción del siglo XX no es otro que la famosa Giralda sevillana.
La plaza de España, la catedral con su estilo exterior de sobria fortaleza (S. XIII-XIV), pero que atesora en su interior una considerable riqueza; el Parque de San Francisco y el teatro López de Ayala, acogen espacios aterrazados de gran ambiente.
Pero si hablamos del espacio comercial por antonomasia tenemos que citar, sin duda, la larga y estrecha calle Menacho y las paralelas a ésta. Calle peatonal con tiendas de todas clases entre las que nos llamaron la atención algunas como una de perfumes decorada con un piano de cola en su mitad, paredes de negro y el suelo con líneas de azulejos blancos y negros simulando un teclado; o la librería de viejo con sus libros bien ordenados en los antiguos anaqueles de sus paredes y dispuesta con mesas de madera para sentarse a leer o echar una ojeada al libro que te haya llamado la atención antes de decidir si lo vas a llevar para acompañarte en tu casa. También en el mismo centro de la ciudad, podemos mencionar la belleza del Rincón Nazarí y el Bar Baraka de la calle Manuel Cancho Moreno. El interior del bar deja ver un pozo profundo al que llega agua que cae desde lo alto, cubierto por un cristal, así como un patio con distintos espacio donde sentarse a tomar alguna bebida, preferentemente te moro, escuchando el silencio acompañado del rumor del agua de una fuente. La calle, muy estrecha y adornada con macetas en sus paredes, hace un recodo donde otra fuente ofrece también el reposo de su plácido acompañamiento.
Y podríamos seguir si el que cuenta no supiera que la curiosidad del visitante siempre descubrirá mucho más que lo que aquí puede referirse. Dejémoslo pues a esa venturosa atención e interés. Nos vamos de Badajoz con la feliz sensación de la amabilidad de la ciudad y la cordialidad de sus gentes, que nos dieron muestras de afecto, orgullo y deseo de que nos encontráramos a gusto en su compañía. Pero son anécdotas para otra ocasión. Lo dicho.
González Alonso
MÁS FOTOS PARA VER: BADAJOZ, LA CIUDAD
De tus reportajes llegamos al deseo de visitar rincones a los que aún no hemos llegado por una causa u otra. Gracias por compartir en tus palabras el secreto del esplendor de esta ciudad. Un abrazo Julio.
Me gustaLe gusta a 1 persona
Creo que le sacarías mucho partido a esta visita con tus reportajes fotográficos y poéticos. Un placer, M. Jesús. Y mi abrazo.
Me gustaLe gusta a 1 persona
El placer es disfrutar del conocimiento que compartes. Muchas gracias Julio.
Me gustaLe gusta a 1 persona