Alburquerque
11 de septiembre de 2022
La visita de Alburquerque, asentamiento de origen prehistórico y población vetona prerromana, puede parecer –más que en cualquier otro lugar- un viaje a la Edad Media. Asentado en las laderas de una elevada colina coronada por el importante castillo roquero de Luna, Alburquerque acoge, tanto en su urbanismo y construcciones como en su historia, gran parte de lo que significó la reconquista cristiana impulsada por el Reino de León y, de igual manera, lo que fueron los conflictos y enfrentamientos con el reino portugués cuando se escindió del de León.
La toponimia de Alburquerque, que hoy día acoge alrededor de cinco mil habitantes, proviene del latín. Los romanos se refirieron al lugar como “albus quercus” (encina blanca), lo que vino a significar el “país de los alcornoques”. Y, evidentemente, aproximándose a Alburquerque desde la cercana ciudad de Albacete situada a unos 45 kilómetros, se puede apreciar lo apropiado del nombre mientras nos dirigimos a la Sierra de San Pedro donde encontramos Alburquerque, con sus 540 metros de altura, y las tierras que riega el río Gévora.
En 1116, Alburquerque será conquistado por el rey Fernando II de León y pasará luego a manos de la Orden Militar de Santiago, organización militar leonesa encargada de proteger las fronteras del reino. Volverá a ser recuperada esta plaza a los musulmanes para pasar definitivamente al Reino de León con el rey Alfonso IX.
Con lo dicho hasta aquí y con lo que puede decirse, se entiende que el origen del nombre actual de Extremadura no tiene otro significado que el de “los extremos” o fronteras del reino leonés. Luego, la tradición trashumante de los pastores llevando sus rebaños en invierno hasta estas tierras para volver a los pastos de las montañas de León en verano, hicieron nacer historias de amor y ausencias hechas canciones que aún se cantan hoy día: “Ya se van los pastores / a la Extremadura / Ya se queda la sierra triste y oscura / Ya se van los pastores / ya se van marchando / más de cuatro zagalas / quedan llorando…” Todavía, también a día de hoy, las cañadas leonesas siguen abiertas a la trashumancia, aunque sea una práctica romántica y reivindicativa de las vías agropecuarias más que el modo más rápido de trasladar los rebaños. También hay que decir al respecto que es una práctica natural y ecológica de la que sale beneficiado el monte y el medio ambiente.
Alburquerque, como hemos dicho, está dominado por el imponente castillo de Luna. Su estado de conservación es excelente y, con poco esfuerzo, podría volver a ser habitado, convertido en Parador Nacional u hotel singular. Lugar excepcional, pienso, para escenarios de películas. El acceso a la fortaleza la hace inexpugnable y desde su adarve y torres la vista domina la extensión que se hunde en las cercanas tierras portuguesas y hasta Badajoz.
La ciudad medieval estuvo cerrada por el perímetro de una muralla de dimensiones ciclópeas de la que se conserva una buena parte con algunas torres y murallas de todas con las que contaba, muralla que arranca del castillo y se extiende ladera abajo encerrando y protegiendo a la población de posible ataques.
A los pies del castillo se abren las callejuelas del antiguo barrio gótico y judío llamado Villa Adentro. A la entrada del barrio la pequeña iglesia de Santa María (XIII/XIV), construcción románica con añadidos barrocos de XVIII y que su sacristán mantiene abierta parea su visita coincidiendo con el horario del castillo; por lo que la voluntad del visitante estime, con fervorosa dedicación el sacristán le recitará la información aprendida de memoria sobre los rasgos más significativos de la historia de la iglesia. Inútil aventurar cualquier pregunta fuera del guion. La singularidad del barrio judío aledaño es la de que sus casas, de una sola altura, tiene las entradas adinteladas con arcos ojivales y elementos ornamentales judíos.
La muralla medieval ha sido desmontada en la parte más baja de la ladera de la colina donde se abre y alza el pueblo actual. La carretera de acceso atraviesa este núcleo urbano, con su plaza, iglesia, establecimientos y edificios públicos. El final de la visita, bajando desde el castillo, puede muy bien acabar aquí, disfrutando del servicio de cualquiera de sus bares o restaurantes. Y luego, seguir viaje por la historia y los sorprendentes paisajes extremeños por tierras pacenses. Sea.
González Alonso
MÁS IMÁGENES: ALBURQUERQUE Y EL CASTILLO DE LUNA
Interesante reportaje, destinos a anotar para una próxima visita. Gracias por compartir Julio, un abrazo
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Gracias a ti, Maria Jesús. En esta visita, además de versos, harías muy buenas fotografías. Un abrazo.
Salud.
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Gracias Julio
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