La foz de Lumbier
Navarra.- enero de 2023
Quedaron atrás las tierras aragonesas y la autopista enfila camino de Pamplona; apenas a 43 kilómetros de la capital navarra aparece a nuestra derecha la indicación a Lumbier. Desde la misma autopista puede distinguirse el río Irati y la entrada a la foz de Lumbier. Poco más adelante, tomaremos el desvío. Una carretera comarcal nos conducirá, atravesando los prados todavía con el frío de la mañana de enero, hasta un amplio aparcamiento desde el que hacer la ruta de este renombrado cañón que cierra su entrada a los vehículos una barrera.
La estrecha garganta tallada en la roca con paciencia de milenios por la erosión del río Irati se presenta con su belleza natural a través de la senda dejada por el recorrido del primer tren electrificado de España. Atravesamos un corto túnel y las paredes verticales del desfiladero acogen el silencio apenas roto por las aguas del río y los graznidos de las aves rapaces que sobrevuelan el cielo de los acantilados, buitres, alimoches, halcones, quebrantahuesos y vencejos, indiferentes al paso de los humanos en su atenta búsqueda de alimento y la custodia de los nidos.
A lo largo del ameno recorrido pueden verse todavía los postes desmochados de hormigón que en su día sostenían los cables del tendido eléctrico del tren de Irati. A la derecha, de tramo en tramo, unos postes informativos nos hablan de la historia de la foz y la vida de sus habitantes naturales, peces, árboles, vegetación y aves, invitando al silencio y la contemplación respetuosa de un paisaje tan hermoso como vivo.
No es, ciertamente, la garganta más larga con sus 1.300 metros de longitud ni la más escarpada con sus cotas máximas de 150 metros de grietas, roturas y repisas en las que anidan las aves. Pero es indudablemente hermosa y acogedora regalándonos una paz que sólo se consigue respirar en parajes naturales en los que la mano del hombre se ha retirado o que deja una huella casi invisible.
En el último tramo del trayecto se abre la boca de un segundo túnel, más largo y oscuro, de unos 200 metros de longitud; al atravesarlo estaremos casi al final del recorrido. Las paredes calizas se hunden en el cielo alzándose desde las orillas de aguas cristalinas del río Irati. El paisaje se abre en amplio valle para reservarnos una última sorpresa, el lugar conocido como Puente del Diablo. Para acceder a él hay que seguir una estrecha senda tallada sobre el acantilado; en algunos tramos el vértigo y el temor a tropezar y caer al vacío te obligan a agarrarte a las rocas o sujetarte a la cadena que hace de guía. El puente ya no existe. Sobre el origen de su nombre circulan varias versiones; digamos, una vez visto, que resulta muy creíble la imposibilidad de su construcción sin el auxilio del mismo diablo o alguna fuerza sobrenatural. En su lugar se abre ahora un profundo foso que se hunde en las aguas del río, con los muros que lo sostenían todavía en pie sobre ambas orillas. Permanecer sobre el precipicio resulta inquietante y podrías sentir que el diablo todavía no anda lejos.
Con la misma precaución que a la ida haremos la vuelta; dejamos atrás el Puente del Diablo y volvemos al túnel y los 1300 metros de vuelta, disfrute y sosiego de la foz de Lumbier, con tantas historias que contarnos en sus millones de años de formación y con las ganas de poder seguir contándolas a las generaciones venideras.
González Alonso
ALGUNAS FOTOS MÁS: LA FOZ DE LUMBIER