RUSIA, mayo de 2019
MOSCÚ
Entre San Petersburgo y Moscú se extienden setecientos largos kilómetros de taiga que recorre el tren en unas cuatro horas. A un lado y otro del recorrido se suceden los bosques, ríos, lagos, pequeñas poblaciones y casas aisladas y más bosques de coníferas con abetos, pinos, alerces, abedules y enebros. Es un paisaje primaveral hermoso y relajante en el que cuesta imaginar las condiciones extremas del invierno.
El tren avanza por entre barrios periféricos sin que parezca que se va detener o encontrar la estación final de Moscú. La gigantesca urbe, con sus quince millones de almas, se extiende sobre una horizontalidad monótona. La primera impresión es que en Moscú no hay nada más que autovías y carreteras llenas de vehículos cruzándose y formando una gigantesca tela de araña en la que quedan atrapados los edificios, los monumentos, los barrios, los hoteles, las personas, todo. Si San Petersburgo era un mosaico de ciudades aisladas por el agua y con incontables puentes para romper su aislamiento, Moscú aparece como un conglomerado de islas de hormigón separadas por ríos de asfalto.
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Aprovechando la pronta llegada a Moscú intentamos viajar hasta el monasterio trinitario de San Sergio, a unos 60 kilómetros. La visita al monasterio del siglo XIV y el almuerzo en sus inmediaciones eran nuestro objetivo. Pero resulta difícil llegar a una hora razonable. Atascos por obras que realizan aprovechando los días buenos de primavera y verano, pero que son los que coinciden con la afluencia masiva de turistas, y una hora punta de salida de la ciudad complican el viaje. En el recorrido podemos ir viendo desfilar algunos símbolos emblemáticos moscovitas, como el monumento
impresionante de las esculturas –restauradas- de la campesina con la hoz en la mano y el obrero empuñando el martillo, en un gesto decidido de avanzar unidos hacia las conquistas sociales revolucionarias: poco más adelante, algunos edificios gubernamentales y centros de investigación espacial con un museo, adivinándose en el exterior alguna nave espacial, cohetes y satélites artificiales. En otro punto, marcando la ubicación del museo espacial, se alza una gigantesca escultura en titanio que simula la cola o rastro dejado por un cohete elevándose hacia el espacio. Airosa e impresionante. Se suceden las llamadas dachas o propiedades agrarias con sus casitas, cedidas a sus dueños actuales como incentivo para que cultivaran el terreno y ayudaran a incrementar la deficiente producción agraria. Sigue leyendo →