CHINCHILLA (Albacete), agosto de 2022
Desde el Parador Nacional de Albacete, esa sorprendente réplica de una casa solariega manchega, nos acercamos a Chinchilla de Montearagón recorriendo unos doce kilómetros por la autovía de Alicante. En las horas tardías de un cuatro de agosto especialmente caluroso, la silueta del castillo se destaca en su emplazamiento sobre el cerro de San Blas y sus 897 metros de altitud. Entre los notables monumentos de Chinchilla, el castillo ocupa un lugar relevante como referente histórico de esta ciudad que fue capital de provincia antes que Albacete; sus muros de mampostería con saeteras e imponentes torres cilíndricas en las cuatro esquinas de su perímetro, se alzan con monumental solidez desafiando cualquier intento de ocupación y conquista. Todo el contorno de la fortaleza está rodeado por un foso tallado en la roca de diez metros de anchura y seis de profundidad, lo que lo hace inexpugnable y desanimaría a cualquier enemigo en su pretensión de conquistar la plaza, a lo que habría que añadir otras murallas exteriores de las que aún se conservan algunos restos. Desde la majestad de su altura la vista se extiende hasta los confines de la meseta manchega con total libertad.
Una ciudad, Chinchilla, bien arrimada a la defensa de su fortaleza y que ocupa el espacio escarpado de la ladera norte del cerro, a su vez de difícil acceso.
El lugar, de sugerente trazado medieval, no escapó a la atención de los iberos, posibles primeros habitantes, y sucesivamente de romanos, visigodos y árabes. Todos y cada uno de ellos fueron dejando su impronta en el lugar a través de sus construcciones. Sigue leyendo