Barcelona, mayo de 2014
Nunca puede asegurarse conocer definitivamente una ciudad y desinteresarse por ella. Las ciudades son cuerpos vivos que crecen, envejecen, se reinventan y pueden, incluso, morir desapareciendo para la vida ciudadana y naciendo para la historia. Por eso, en la última visita a Barcelona, pese a haber vivido en ella varios años y durante otros muchos acudir a la cita de sus calles y la de los buenos amigos, no he podido evitar dejar de sorprenderme. Los sitios que permanecen en la ciudad idénticos a sí mismos ya no lo son, en la medida en que se han transformado otros próximos o aledaños a ellos. Los lugares que han afrontado reformas y fueron rediseñados, ya son otros lugares. Accesos, vistas, ambiente, espacios que hablan otro lenguaje y describen el pulso de una ciudad magnífica que vive y recuerda y sueña un futuro prometedoramente largo.